El efecto Dunning-Kruger: cuando creer saber nos juega en contra

Hay momentos —más de los que uno admitiría— en los que todos hemos sentido que dominamos un tema solo porque entendimos lo básico. Es un impulso casi natural: la mente se entusiasma, arma un pequeño castillo de certezas y, sin darnos cuenta, ya estamos opinando como si fuéramos especialistas. Y es que el efecto Dunning-Kruger vive justamente ahí, en esa frontera delicada entre la confianza y la ilusión de competencia.

¿En qué consiste realmente este efecto?

El efecto Dunning-Kruger describe un sesgo cognitivo en el que las personas con baja habilidad o poca experiencia en un área tienden a sobrestimar significativamente sus capacidades. No lo hacen por arrogancia pura, sino porque aún no saben lo suficiente como para darse cuenta de cuánto desconocen. Es como mirar el mar desde la orilla: parece simple, incluso manejable… hasta que entras y entiendes la profundidad que no habías visto.

A la inversa, este fenómeno también explica por qué las personas más competentes pueden dudar de sí mismas. Cuando alguien sabe mucho, se vuelve más consciente de la complejidad del tema, de los matices, de las cosas que todavía le faltan. Esa humildad epistemológica a veces se confunde con inseguridad, cuando en realidad es una forma de lucidez.

Implicancias: más profundas de lo que parecen

La verdad es que el efecto Dunning-Kruger no es solo una curiosidad psicológica. Tiene consecuencias reales, y a veces dolorosas. En el día a día puede llevar a tomar decisiones apresuradas, a minimizar riesgos o a subestimar tareas importantes. En entornos laborales se expresa cuando alguien cree dominar una herramienta, un proceso o incluso un equipo, sin tener la experiencia real para sostener aquella seguridad.

Y eso no solo afecta al desempeño individual. También genera roces con colegas, resistencia a recibir feedback y, en casos extremos, un ambiente laboral tenso donde el ego toma más espacio que el aprendizaje.

Características principales del efecto

Aunque puede aparecer en cualquier persona, en cualquier momento, suele manifestarse a través de ciertos rasgos reconocibles:

1. Exceso de confianza inicial.
Tras aprender lo básico, la persona siente que “ya entendió todo”. Es una especie de luna de miel con el conocimiento.

2. Desconocimiento del propio desconocimiento.
La mente todavía no tiene el marco necesario para detectar errores o brechas. No sabe que no sabe, y eso es lo complicado.

3. Resistencia a la retroalimentación.
Cuando alguien está atrapado en el efecto, tiende a defender sus ideas más de la cuenta. La crítica se siente como un ataque, no como una oportunidad.

4. Subestimación de la complejidad.
Tareas que requieren experiencia profunda parecen fáciles desde afuera. “¿Qué tan difícil puede ser…?” es casi un lema.

5. Inseguridad de los realmente competentes.
Curiosamente, quienes sí saben suelen evaluar su habilidad con más cautela. Ven ángulos, riesgos, excepciones… y eso los vuelve más prudentes.

¿Cómo afecta en la labor profesional?

En el trabajo, el efecto Dunning-Kruger puede traducirse en proyectos mal planificados, diagnósticos superficiales o errores que se podrían haber evitado con una dosis de humildad. En posiciones de liderazgo, puede ser especialmente delicado: un jefe atrapado en este sesgo puede tomar decisiones sin consultar al equipo, asumir que tiene todas las respuestas y bloquear la innovación por pura ceguera.

Además, este fenómeno puede deteriorar las relaciones laborales. Cuando alguien cree saber más de lo que realmente sabe, puede ocupar espacios que no le corresponden, interrumpir, invalidar y, sin quererlo, volverse una presencia agotadora. Todos hemos trabajado con alguien así al menos una vez… y sabemos lo difícil que es.

¿Qué hacer para combatirlo? Consejos prácticos y humanos

No se trata de ganar una batalla contra el propio ego; se trata de cultivar una actitud más honesta frente al aprendizaje. Algunos caminos útiles:

1. Reconocer que todos caemos en esto.
No es un defecto personal ni una marca de arrogancia. Es un sesgo humano. Aceptarlo ya abre la puerta al crecimiento.

2. Pedir feedback, aunque incomode un poco.
Lo sé: recibir retroalimentación a veces aprieta el estómago. Pero es una brújula invaluable. Y mientras más diversa, mejor.

3. Practicar la curiosidad humilde.
En vez de afirmar, preguntar. En vez de asumir, explorar. Adoptar esa mirada de aprendiz refresca la mente y frena la soberbia.

4. Medir la confianza con realidad.
Antes de lanzarse a una tarea compleja, detenerse un segundo y preguntarse: ¿realmente entiendo esto? ¿O solo capté la superficie?

5. Estudiar un poco más… y observar cómo cambia la percepción.
Conocer en profundidad un tema suele derribar la ilusión inicial de dominio. Es incómodo al principio, pero tremendamente liberador.

6. Cultivar un entorno donde aprender no sea visto como debilidad.
Cuando en un equipo hablar desde la duda es permitido y respetado, el efecto Dunning-Kruger pierde fuerza.

Conclusión

El efecto Dunning-Kruger no es el villano de nuestra historia, pero sí es un espejo incómodo. Nos recuerda lo fácil que es sentirnos seguros con lo mínimo… y lo valioso que es mantener la mente abierta mientras avanzamos. Aprender no es un camino recto; es más bien una montaña rusa de descubrimientos, certezas que se derrumban y nuevas comprensiones que toman forma.

Y, al final, aceptar que no lo sabemos todo —ni siquiera cerca— es uno de los actos de madurez intelectual más profundos que podemos desarrollar.

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Revisa la opinión del CEO de Nobilis Gonzalo Fuentealba sobre este tema en el link

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